Para ser sincera, a mi el alpinismo no me llama demasiado la atención y es muy poco probable que algún día se me vea en las cercanías del Everest a no ser que pongan un teleférico como comentaba con Me-rindo en el artículo que escribió sobre este tema y que ha inspirado mi artículo de hoy.
Estos días se ha hablado bastante de la muerte de David Sharp, un alpinista británico que falleció, tras coronar el Everest, del llamado mal de altura. No por su muerte en si misma, ya que durante la última temporada han fallecido otras personas, sino por la falta de humanidad de aquellos que lo vieron agonizar y no hicieron nada por ayudarlo. Unos días antes, tres sherpas murieron tras un desprendimiento de hielo en el glaciar del Khumbu y a principios de abril, otro sherpa murió del mismo mal que Sharp. Además de un buen puñado de alpinistas que también encontraron su fin en los aledaños del Everest. En total, la montaña se ha cobrado alrededor de 10 montañeros en un corto período de tiempo.
He estado leyéndome varias noticias al respecto e incluso me he pasado por un foro para ver qué se opinaba sobre el tema de Sharp en concreto. Hay varias cosas a tener en cuenta con respecto a las subidas y bajadas al y del Everest, según leo. Primero, que eso de subir la montaña más alta del mundo, según algunos expertos en el asunto, se ha convertido en algo parecido a un circo: todo quisqui quiere subir e incluso, en ocasiones, se forman colas para pasar por ciertas zonas más estrechas. De las 2557 personas que han subido desde 1953 casi la mitad lo han hecho en los últimos cinco años. Existe, pues, cierta aglomeración que puede ya ser, por si misma, un peligro añadido a los que ofrece la montaña.
Segundo, que a esas alturas, el oxígeno es más valioso que cualquier otra cosa imaginable, y ayudar a alguien puede ser extremadamente peligroso. A Sharp se le terminaron las botellas de oxígeno que llevaba, quizá por inexperiencia (leo que llevaba la mitad de botellas que suelen llevar las expediciones comerciales), y, según un testigo que lo vio (uno de los cuarenta que pasaron de largo por su lado), no iba bien equipado. Ya lo he dicho, no tengo ninguna experiencia en alpinismo, pero si Sir Edmund Hillary, el primer hombre que coronó el Everest (en 1953), se ha mostrado enfadado con el asunto, quizá no era tan imposible ayudar a aquel hombre que fue agonizando mientras trataba de bajar la montaña más alta del mundo en busca de un poco de oxígeno que llevarse a los pulmones.
Y tercero, que la supervivencia propia es el peor consejero que existe. Cuando uno se encuentra en una situación límite, como es el caso, la supervivencia se antepone a cualquier otra consideración: es él o tú. Por eso, cuando alguien hace algo por otra persona en circunstancias tan extremas y peligrosas, su gesto es más que valioso. Como el caso del sherpa, Dawa, que fue el único que trató de ayudar a Sharp, ofreciéndole su propia botella de oxígeno aunque ya era demasiado tarde.
No estuve allí y no tengo ni la más remota idea de lo que yo hubiera hecho. Por eso no puedo juzgar a quienes pasaron por su lado y no lo auxiliaron. Es posible que, dado el caso, yo misma hubiera pasado por su lado y hubiera mirado hacia el otro. ¿No lo hacemos acaso al nivel del mar en muchas ocasiones?
Por otra parte, un montañista australiano, Lincoln Hall, fue rescatado por once alpinistas después de haber sido dado por muerto. La operación de su rescate duró casi 12 horas. Estaba a 8700 metros y lo bajaron hasta un campamento a 7000 metros. Apenas un par de kilómetros pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Me gustaría pensar que todas estas muertes, la de Sharp, la de los cuatro sherpas, la del esquiador Olsson, la del francés Letrange, la del checo Kalny, la del ruso Plyushkin y la del brasileño Negrete sirvan para concienciar a la gente que subir al Everest no es un juego, que las metas no sólo están en subir montañas y que estas (las metas) nunca deben estar por encima de las vidas humanas.
David Sharp tiene una tumba de hielo en el corazón de la llamada Diosa Madre del Mundo, allí donde comienza (o termina) lo que llaman la zona de la muerte, junto a un alpinista indio que falleció en 1997. Espero que descanse en paz.